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El día comenzó como cualquier otro, pero eso no significaba
nada bueno. La vida no era sencilla en la ciudad de Calix.
Aidan se despertó dos horas antes de que salga el sol, como
de costumbre, limpió la casa que estaba repleta de los juguetes que él mismo
construía para sus hermanos, y cocinó los desayunos tal y como le gustaba a
cada integrante de la familia Fatum. Una vez terminada su tarea se hundió en el
sofá malgastado del pequeño living de su casa y espero por las primeras voces
de la mañana.
-¡Mila levántate!
Sintió una sonrisa que atravesaba su rostro de una forma
totalmente agradable que hizo posible que estirara sus músculos mientras
bostezaba. Estaba cansado pero ellos no debían verlo así. Refregó sus ojos con
sus manos, que estaban repletos de cicatrices, demasiadas para un joven de tan
sólo dieciocho años.
-¡Aidan, Mila no quiere despertarse!- gritó una voz desde
uno de los cuartos del pasillo de la casa. Más específicamente el segundo,
donde duermen Mila, de tres años, y Jared, de diez. Todas las mañanas, la misma
escena, Mila no logra abrir los ojos hasta que faltan cinco minutos para que
Aidan los lleve a la escuela de Calix, y empiecen las clases correspondientes
del día.
-Bueno, bueno ¿Qué tenemos aquí? Una princesita durmiente-
dijo Aidan desde el umbral de la puerta rosa, que determinaba la derrota de
Jared en elegir el color para su habitación.
-Yo diría que se parece más a un duende, feo y verde-
provocó Jared a su hermanita menor, que al escuchar la voz de Aidan empezaba a
abrir los grandes ojos azules que tenía. Mila era una pequeña jovencilla de
largo cabello rubio y sonrisa contagiosa, sin dudas era el alma de la familia
Fatum.
-No creo que puedas hablar de la altura de alguien cuando tú
tienes nada más que… ¿Cuánto? ¿Un metro diez?- se burló Aidan mientras tomaba
en brazos a su pequeño hermano y lo lanzaba en la angosta cama de Mila.
-¿Qué haces? ¡No!
Pero la guerra había comenzado. Mila, ya despierta completamente
en busca de venganza, se unió a su hermano mayor para torturar a Jared con unas
terribles cosquillas que dejaron al pequeño rojo y sin aliento.
-Eso te pasa por no ser bueno conmigo- dijo Mila mientras le
sacaba la lengua y fruncía el ceño.
-A veces me pregunto cómo puede ser que ustedes sean mi
familia.
Era Uma. La mayor luego de Aidan, con sólo quince años.
Aidan miró a su hermana con detenimiento, parecía mentira lo
mucho que ha crecido en estos años. Pronto se convertirá en una mujer, eso lo
aterraba porque sabía que Uma llegaría a la edad legal para trabajar y no
aceptaría un no como respuesta en este aspecto. Ella quería contribuir a la
familia, pero Aidan tenía planes distintos para su hermana. Estudiar y convertirse
en alguien, en alguien que ya él no puede ser nunca más.
-Además, no griten tanto o despertaran a mamá, monstruos.
-Pero si mamá, nunca se levanta de la cama- contestó Mila
con una voz que rompería cualquier corazón por más frío que sea. La inocencia
se apoderó de sus palabras y su escasa edad se hizo notar con tan sólo una
oración.
Aidan tuvo que reprimir las ganas de abrazarla y por fin
liberar las lágrimas que no se permitía llorar.
-No seas tonta Mila. Cuando nosotros estamos en la escuela,
mamá se despierta y va a trabajar. ¿O Cómo crees que podemos comprar la comida
que la gorda de Uma se come todo el tiempo?