lunes, 26 de agosto de 2013

Capitulo 1: Cielo.

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Comenzó el día despertándose media hora antes de que su alarma sonara, la costumbre de todas las mañanas. Admiro detenidamente cada detalle del cielo raso celeste, con algunas zonas delicadamente pintadas en blanco de su habitación, mientras estiraba los entumecidos músculos de los brazos y piernas. Esa noche no soñó nada en particular por suerte. Necesitaba una noche para dormir sin interrupciones sobre sueños incomprensibles y extrañamente reales.
Giro los ojos para observar la ventana que tenía a su izquierda y encontró lo que siempre hallaba todas las mañanas. Gris. El cielo nunca fue el mismo desde la Tercera Guerra Mundial, ella lo sabía, pero aun así, era su costumbre despertarse esperando que algo cambiara. El sentimiento se acentuaba cuando se despertaba de sus repetidos sueños sobre los Años Oscuros.
Volteó nuevamente la cabeza y esta vez su mirada se depositó una vez más en el techo celeste. El cielo antes de la Guerra. Su madre lo había pintado para ella, un recordatorio de que el mundo había sido bello antes de la niebla, antes de las bombas.
En la escuela le enseñaron todo acerca de los Años Oscuros, ese periodo temporal que tuvo que atravesar el mundo para llegar a su situación global actual. Nadie sospechaba que una Tercera Guerra Mundial podría ocurrir, pero lo cierto es, que todos se equivocaron. No hay registros de que país inicio con el bombardeo, solo se sabe que las bombas destruyeron todo lo que alguna vez fue considerado importante por las generaciones pasadas: autos, edificios, tecnología, bancos mundiales. El mundo sucumbió a la niebla y la oscuridad.  Cada país perdió no solo la mayoría de su población sino que también se perdieron las innumerables conexiones entre los continentes. A partir de ese momento cada región sobreviviría por su cuenta. Estados Unidos, como muchos otros países, quedó devastado, y se perdieron estados por completo, como así también ocurrió con el continente de África, que todavía no se consigue información sobre su situación.
El Gobierno de San Francisco decidió, como único estado con mayores sobrevivientes, levantar los Muros para su protección y de esta forma poder volver a reorganizar el país.  No hay conocimiento alguno si en los demás continentes emplearon esta ideología, así que se los considera casos perdidos. No hay forma de viajar a ningún lado ni comunicarse como se solía hacer.
En los libros actuales no se menciona más la palabra “continente” y si se hace se la asocia a grandes masas de tierras despobladas. Alana consideraba eso injusto. ¿Quién tiene poder suficiente para redefinir un concepto y anular cualquier esperanza de encontrar vida cruzando el océano? “El Nuevo Gobierno de los Estados Unidos” pensó.
Los Nuevos Acuerdos también fueron parte de la solución para sobrellevar el país en ruinas. Nadie sale de La Comunidad sin un rango importante en el Gobierno, y nadie entra sin autorización de los operadores. Hay registros de encontrar vida fuera de los Muros pero en los últimos años no hubo actividad. Las esperanzas se estaban agotando.  
Un escalofrío le recorrió el cuerpo y decidió que era hora de levantarse.
Tomó una ducha de tres minutos como ordena el Gobierno, para racionar el agua, y se secó el cabello rubio lo mejor que pudo. Pudo notar, al mirarse al espejo, que las ondulaciones doradas ya empezaban a formarse. Esta vez no tenía ojeras, lo que significaba que no tuvo pesadillas la noche anterior, algo que se le estaba haciendo costumbre.
Hubo una vez que Alana soñó con las bombas y el fuego. El calor, prácticamente, era notable en su rostro mientras intentaba escapar de la destrucción. Y luego la oscuridad.  Los gritos no encontraban paso desde sus pulmones al exterior y solo lastimaban su garganta a intentar hacerlo. Una luz blanca la cegaba y volvía todo de un color blanco insoportablemente brillante para los ojos. Inmediatamente despertaba sudorosa y temblando. En otras oportunidades todo sucedía al revés y lo que parecía la escena de la destrucción total personificada en las llamas no parecía afectarle en lo más mínimo a la muchacha. De hecho se sentía irreal, como si todo eso fuera parte de un holograma. Alana no entendía cómo podía afectarle tanto un sueño, ni tampoco que significaban. Uno sueña cosas incoherentes, todos saben eso, pero cuando tu sueño se repite constantemente, empiezas a buscarle el porqué.
Otras noches eran incluso bastante agradables a comparación. En sus sueños sentía el calor atrayente del sol sobre su piel pálida mientras corría en un bosque de árboles imponentes. El cielo se encontraba siempre igual, despejado y liso como un lienzo celeste. Siempre tenía la misma sensación. Ir en busca de alguien, pero despertaba antes de comprobarlo.
Agotado el tiempo que tenía para alistarse se dirigió hacia la cocina para desayunar con su madre, Tanya. Esa noche, su padre, Nerón Reed, le había tocado trabajar, así que probablemente estaría durmiendo y no lo vería hasta después del Instituto.
Nerón era un operador, al servicio del Gobierno, controla el orden de la Comunidad junto con Constantino Simmons, el padre del mejor amigo de Alana, Isaac. Nerón a diferencia de un ciudadano regular de la Comunidad, si tenía permitido traspasar los Muros, generalmente para buscar sobrevivientes en el exterior. Un trabajo bastante honorable según su hija y el resto de la Comunidad. Ella estaba orgullosa de Nerón y esperaba algún día convertirse en operadora. Y ese día llegaría pronto ya que su tiempo en el Instituto se estaba agotando cada vez más rápido. 

-Cariño, buenos días- saludó su madre con una cálida sonrisa, como siempre.

Su madre alguna vez fue operadora también, pero al quedar embarazada decidió dejar su trabajo y colgó su uniforme blanco en el closet para no volver a usarlo. Tanya era una mujer realmente atractiva. Era de esas personas que la edad les sienta muy bien, aunque sus rulos castaño claro todavía no presentaban canas y su rostro mostraba solo algunas arrugas visibles, consecuencia del paso del tiempo.

-Buenos días, mamá- respondió Alana mientras se sentaba en el desayunador de su casa.

Desde la Guerra el dinero perdió sentido, al ser la mayor parte destruida con la eliminación de los bancos mundiales era inútil mantenerlo en circulación. El canje y raciones justas de comida y de agua eran las dos fuentes que determinan la supervivencia de la población ahora. La tecnología se vio afectada considerablemente, pero se vivía bien.  Dentro de los Muros todos conviven de una forma equitativa, nadie es más rico ni nadie es más pobre, por el simple hecho que nada abunde. Es lo más cercano a la perfección social que se logró en toda la historia.  
Se escucharon golpes provenientes de la entrada. Alana ya sabía quién era. Isaac Simmons.

-¡Pasa Isaac, está abierto!- gritó con una tostada en la boca.

La puerta se abrió y un joven alto de cabellos castaños y enrulados apareció en la cocina. Alana le sonrió a su amigo mientras tragaba.

-Hola señora R- dijo Isaac tomando una tostada del plato-, hola Al. Nerón está durmiendo ¿no? A mi papá le toca trabajar ahora ya salió por eso vengo a molestarlas.

-Sí, está descansando arriba- contestó Tanya apoyando su mano afectuosamente sobre la cabeza del chico. Ella era lo más cercano que Isaac tenía a una madre postiza, ya que la esposa de Constantino murió hace unos años por enfermedad. Levantó el plato, ahora vacío sin tostadas, y se dispuso a lavar-. Y nunca sos molestia en esta casa Isaac. Pero me parece que ustedes dos se tendrían que apurar si no quieren llegar tarde.

-Es verdad- dijo Alana levantándose de la silla y limpiándose las migas de sus manos-, nos vemos mamá. Te quiero.

-Ven temprano a casa Alana- repuso con una mirada seria. Ahora la sonrisa ya no estaba en su rostro. “El toque de queda” pensó Alana. Su madre siempre se pone tensa cuando hablan sobre algo referido a las reglas de la Comunidad. Tanya no quería decirlo en voz alta, pero su hija sabía, que no está de acuerdo con el Gobierno, y que esa es una de las razones por la que dejo su trabajo. Tal vez la principal. Aunque se empecinara en fingir concordia a la hora de hablar sobre el Gobierno Alana podía notar el disgusto de su madre.

En la calle, el frío se sentía aún más que en el interior de las viviendas. Y la niebla no ayudaba.
Frío seco.
Alana se calentó las manos con su aliento mientras caminaba con Isaac a la par. Miró el cielo de color gris tratando inútilmente de ver el sol. En ese momento deseó estar en uno de sus sueños para poder sentir la sensación caliente del sol sobre la piel.
Los tóxicos esparcidos con las bombas crearon una nueva capa que rodeaba la atmosfera de la tierra. Esto dio inicio a  la niebla  constante. También volvió imposible poder ver a simple vista las estrellas, la luna o incluso el sol. Por eso Alana amaba desvelarse leyendo libros con múltiples imágenes del mundo antes de que todo se oscureciera. “Es importante conocer el pasado.” Le inculcó desde pequeña su madre.

-Hoy iremos a Calix- sentenció Isaac, trayendo a su amiga a tierra firme fuera de sus pensamientos.

-Decirte que no, no va a servir de nada- respondió Alana con una sonrisa improvisada.  Conocía lo persuasivo que era su amigo.

-No- murmuró Isaac con otra sonrisa, una llena de promesas y problemas, mientras subía al transfer que los llevaría al Instituto Nueva Era.








La profesora Robinson parloteaba sobre los numerosos acuerdos que el Gobierno tuvo que transitar hasta llegar al perfecto sistema político que, según ella, el mundo había logrado. Era una mujer de unos cuarenta años, uno se podía dar cuenta no por las arrugas de su cara sino por la actitud que tenía para con la vida. Casi todos los días llegaba a dar clases de mal humor y era costumbre que se la agarrara con Isaac y su tendencia a escribir los bancos. Pareciera como si no le gustaran los adolescentes, algo que es razonable en un adulto, pero Alana una vez la vio en el sector de primaria del Instituto regañando a un niño de tan solo ocho años de edad porque la había golpeado con una pelota diminuta de color naranja mientras ella estaba almorzando. La muchacha había visto la escena desde el exterior y podía jurar ante cualquiera que dicha pelota apenas había rozado la pierna de la profesora Robinson. Isaac tenía su teoría de que era una vieja amargada que nunca encontró marido y por eso detestaba la vida y los niños.
Las palabras que salían de la profesora Robinson empezaron a disiparse y sonaban muy lejanas en los oídos de Alana. Oía pero no escuchaba, era como si sus oídos se habían desconectado de su cerebro y nada realmente importaba en ese momento. Una imagen estalló en su mente, como un vaso de vidrio al caer esparciendo cientos de trozos en diferentes direcciones, en este caso eran palabras que se marcaban con fuego en cada rincón de su mente. Instintivamente, Alana, tomó su lápiz y empezó a garabatear en su cuaderno, donde se suponía debía escribir la clase del día. Primero fueron letras sueltas sin sentido, unas vocales primero, luego consonantes, algunas tenían hasta tilde. Alana se encontraba encerrada en sus pensamientos y no era capaz de percatarse sobre lo que estaba haciendo o incluso detenerse.  

-Repasemos los contenidos de años anteriores antes de iniciar con los temas del último año ¿Alguien recuerda cuántos estados tenía el país antes de los Años Oscuros?- preguntó la profesora Robinson con el libro “Historia 3: La Nueva Era y sus comienzos”, tratando de incentivar a sus alumnos a interesarse en la clase.  Al recibir solo negativas observó a Isaac con ojos acusadores. El muchacho solo se recostó sobre su asiento evitando la mirada de su profesora, era obvio que no sabía la respuesta-. Me sorprende que estén a punto de ingresar en la vida adulta de la Comunidad. ¿Nadie puede responder la pregunta?- esta vez sus ojos color verde se inclinaron sobre la cabeza rubia de Alana. Siempre era ella quien respondía por todos.
Un chico reprochó por qué ellos deberían saber lo que las anteriores generaciones hicieron, lo que generó uno de los tantos discursos interminables de la profesora Robinson sobre la importancia de recordar el pasado y no cometer las atrocidades que ocurrieron en los Años Oscuros.  Alana no tenía noción de lo que sucedía a su alrededor, de hecho se sentía en un universo paralelo donde no existía una profesora Robinson que odiaba a los niños y adolescentes, ni clases de historia sobre un pasado atroz en el mundo, ni un Instituto Nueva Era que preparaba futuros ciudadanos que tenían que ser capaces de mantener el delicado y frágil equilibrio de la Comunidad.
Notaba el frío de la habitación aumentando cada vez más, pero no sentía nada en absoluto, no hasta terminar lo que había empezado. Las letras aleatorias estaban escritas en un mismo renglón, algunas juntas y otras separadas por espacios en blanco que pronto se verían llenados por nuevas letras. Trazo tras Trazo la frase empezaba a tomar sentido.

-… Y si ustedes, vándalos, no saben ni siquiera cuantos estados perdió este país debido a la Tercera Guerra Mundial, serán una bomba en potencia amenazando destruir todo lo que se ha intentado recuperar. Espero haberlo hecho recapacitar sobre su comentario desafortunado señor Thomas. Ahora ¿Nadie puede recordar cuántos estados poseía el país antes de la Guerra?- insistió nuevamente la mujer de cabellos canosos, anteojos gastados y mirada verde frente al enorme pizarrón blanco. Comenzó a caminar hasta el asiento de Alana con la idea de interrumpir lo que estaba haciendo y reprenderla si no sabía la respuesta. El mal humor usual de la profesora Robinson empezaba a aumentar con rapidez.
Alana terminó de llenar los espacios vacíos en el papel y observo detenidamente la frase que había logrado escribir, como si alguien más la hubiera escrito. Francés pensó. Pero ella no conocía el idioma. No tenía significado alguno esas palabras para ella. ¿Por qué lo había escrito? ¿Cómo lo escribió sin conocer la lengua francesa? Alana sintió que el mundo estuviera tambaleándose y ella estuviera en el centro sin donde aferrarse para no caer. Esa frase le provocaría su caída.

Ma vie ma décision quant à mon avenir.     

Alguien contestó la pregunta de la clase de historia lo que provocó que Alana volviera a unirse a la clase y a lo que parecía el mundo normal una vez más. “Treinta estados”. Error pensó Alana. La respuesta era cincuenta, ella lo sabía, pero sentía que todavía no podía intervenir en la escena. Isaac la miraba tres asientos a la derecha, confundido, pero la muchacha tampoco parecía percatarse de él.

-Alana- dijo una voz.

Era la profesora Robinson.

-¿Qué?- respondió la muchacha demasiado alto pestañando numerosas veces. El corazón aumentaba cada vez más su ritmo.

-Los estados señorita Reed. ¿Puede contestar a la preguntar o no?

-Cincuenta-murmuró largando el aire que tenía guardado. No recordó haber aguantado la respiración. Cerró rápidamente su cuaderno. Algo le decía que no debía hablar de lo que acaba de escribir, como si las palabras fueran peligrosas aunque no tenían significado alguno para ella.

-Muy bien- continuo, con una mirada desconfiada, la profesora-, ahora todos abran sus libros Nueva Era en la página 103, El fracaso de la ONU y los inicios de los Nuevos Acuerdos. Bien, ¿Todos saben de qué se encargaba esta organización antes de disolverse en los Años Oscuros? No se atrevan a no contestar o juro que los haré quedarse más tiempo- amenazó realmente la profesora Robinson. Manos empezaron a alzarse y los estudiantes arrojaban información a toda velocidad para evitar quedarse un minuto más con aquella amargada mujer.
Otra vez Alana sintió que se encontraba en otro lugar y alguien más ocupaba su asiento y presenciaba la clase. Tenía miedo de abrir su cuaderno una vez más y que todo comenzara de nuevo con otras palabras. Posó sus ojos una vez más en la ventana y noto cada imperfección del vidrio, desde la suciedad acumulada en sus bordes hasta algunas rajaduras diminutas que delataban su antigüedad.
Luego de la Tercera Guerra Mundial, San Francisco al ser el último estado del país en quedar en pie, se lo dividió en cuatro Zonas debido a los distintos puntos cardinales. Para mayor seguridad se cercó con los Muros el perímetro del territorio restaurado de San Francisco.
Pocos edificios habían sobrevivido a las bombas. Ya no había rastro de bibliotecas, cines, museos ni otras infraestructuras que antes eran muy populares entre las personas. Con lo poco que se consiguió recuperar, el Gobierno decidió restaurar los edificios de mayor importancia para la Comunidad, así es como el Instituto Nueva Era fue el primero en la lista, de esa forma los jóvenes empezarían a conocer y aprender los errores que tuvieron las generaciones anteriores y de esta forma evitar una nueva Guerra en el futuro. “El futuro está en sus manos” era el lema principal de todos los Institutos de cada Zona. El primer Instituto se restauró en Zona Sur, el hogar de Alana donde su familia intervino en eso también, pero luego otros edificios gemelos se vieron construidos en las otras Zonas de la Comunidad, aunque el mayor seguía siendo el del Sur.
Promesas fueron hechas de que pronto restaurarían el primer cine luego de tantos años, específicamente para el entretenimiento de la Comunidad y con esto se especuló sobre la posibilidad de eliminar el toque de queda para los jóvenes, pero hasta entonces la prioridad del Gobierno era finalizar las restauraciones esenciales de las Zonas más. La mayor se encontraba en la Zona oeste, famosa por su gran avenida completa de teatros devastados antiguamente utilizados por las generaciones anteriores para su recreación, pero como la tecnología era escasa desde los Años Oscuros la restauración de esa Zona se vio postergada, y en cambio solo se recuperaron algunas viviendas y, por supuesto, un Instituto Nueva Era para las personas que vivieran allí. De pequeña Alana e Isaac inventaban historias sobre la Zona Oeste y los teatros destruidos, imaginando las obras se habrían realizado en ellos, a las personas con elegantes vestimentas concurriendo a los eventos, los actores sobre el escenario interpretando a los diferentes personajes y las miles de butacas destinadas para los espectadores en búsqueda de diversión.
Claro estaba que en cualquier Zona estaba prohibido alejarse de la Comunidad y de los Muros si no eras un operador especializado. El Gobierno quería proteger el último rastro conocido (hasta el momento) de humanidad del país y tomaba ese trabajo muy enserio. Aunque casi nunca había incidentes en la Comunidad, Alana siempre se preguntó qué pasaría si alguien decidiera salir, ver las ruinas, conocer, pero al parecer nadie lo había intentado. Dentro no era un paraíso pero se vivía bien.  
Pudo percibir la mirada de Isaac y otras provenientes de sus compañeros también sobre ella, pero solo le interesaba la de su amigo. Se encontraba a dos asientos de distancia de ella, en un pupitre pintarrajeado por él mismo, algo que la profesora Robinson se encargaba de remarcárselo todos los días. El chico estaba enarcando una ceja, un gesto propio suyo, y mostraba confusión en su rostro. Alana sabía que su comportamiento no era del todo normal pero tenía la leve esperanza de que no se haya notado tanto, era evidente que se equivocaba. Alejó los pensamientos sobre aquella frase en francés que reposaba en su cuaderno y le dedicó una sonrisa forzada, a Isaac, tratando de transmitirle tranquilidad. Luego le explicaría lo ocurrido, aunque primero debería explicárselo a ella misma.
Una sensación de estar siendo observada le recorrió el cuerpo haciéndola estremecer como si la temperatura del salón hubiera bajado varios grados repentinamente. El frío se instaló en su nuca alertando todas sus terminaciones nerviosas obligándola a llevarse la mano al cuello, descubriendo que la zona estaba helada sin razón alguna. Tomó su bufanda de lana roja tejida a mano, regalo de su madre, y la envolvió alrededor del cuello tratando de actuar normalmente sin llamar aún más la atención. Por suerte el constante frío que padece el mundo ahora la excusaba perfectamente, casi todos en el lugar llevaban abrigos que los envolvían como capas de una cebolla ya que algunos días eran más helados que otros. Realmente perder el calor del sol apestaba. Pero esa sensación gélida no era normal y Alana lo sabía, se sentía como si alguien posara sus frías manos sobre su nuca haciendo presión contra ella. ¿Otra alucinación? Sin embargo, esto se sentía completamente diferente al momento que escribió las palabras francesas.
La presión congelada de esas manos invisibles sobre su cuello la dejaban sin aire. La muchacha empezó a desesperarse y su corazón dio un vuelco al darse cuenta que cuando intentaba respirar, el aire, no podía encontrar paso desde el exterior hasta sus pulmones. Sus ojos se llenaron de lágrimas y al ver a su alrededor se percató que todos estaban escribiendo algo que la profesora Robinson había comenzado a dictar totalmente compenetrada, perecía molesta como de costumbre. Buscó ayuda en Isaac pero el muchacho estaba metido en su cuaderno garabateándolo rápidamente como si no llegará a plasmar en la hoja todo lo que escuchaba por falta de tiempo.
La presión crecía cada vez más en la garganta de Alana, helando solo esa parte de su cuerpo, que irónicamente, estaba cubierta por la bufanda todavía. Intentó quitársela pero sus manos fallaron. Estaba siendo estrangulada por una presión invisible y no podía moverse para pedir ayuda.
Sin saber porque recordó la frase en francés escrita en su cuaderno. Pensó en cada palabra que, aunque no lo creyera, había salido de su propia cabeza. Ma vie ma décision quant à mon avenir. La presión comenzaba a debilitarse a medida que recitaba la oración francesa una y otra vez, ni siquiera sabía que podía pronunciarlas con perfecto acento pero lo estaba haciendo. Sintió como la garganta se relajaba pero aún necesitaba aire o sus pulmones explotarían en cualquier momento. Otra vez rezó la misma frase. Ma vie ma décision quant à mon avenir. Su corazón se aceleraba cada vez más a medida que las palabras eran mencionadas dentro de su cabeza. Ma vie ma décision quant à mon avenir. Aferró sus manos en las esquinas de su pupitre con tanta fuerza que sentía que podía romperlo en dos pedazos. Ma vie ma décision quant à mon avenir. Su visión estaba distorsionada por la acumulación de lágrimas no derramadas en sus ojos. Ma vie ma décision quant à mon avenir. Abrió la boca para hacer su último intento por respirar, si fallaba todo acabaría. 

Ma vie ma décision quant à mon avenir…

Entonces la oscuridad se apoderó de ella.









Nerón se despertó en la mitad de una pesadilla. Otra vez su hija lucía el traje blanco de los operadores, arma en mano y frialdad en la mirada. El sudor frío le recorría la espalda mientras se incorporaba en su cama, tenía el cuello con transpiración. Pasó la mano por su nuca con amargura, sentía el peso de la línea justo donde fue instalada. Pensó una vez más en su niña, el día se acercaba, el día que ella empezara a formar parte activa de la Comunidad, parte de esta mentira. “Una operadora” pensó con nauseas.
La puerta del cuarto se abrió con tanta delicadeza que solo podría tratarse de una persona. Era su esposa.

-Mi amor- dijo a medida que se asomaba despacio y con una sonrisa en sus labios-, ¿No vas a comer nada antes de ir al Instituto?

“La asamblea” recordó con amargura. El día parecía no tener fin e irónicamente para él, recién estaba comenzando. La noche anterior dejo los ojos en las pantallas digitales de alta tecnología, del nivel tres del edificio de Seguridad Vital, trabajando en lo que creía que jamás funcionaría. Pero hasta no tener un tiempo con su hija no podría averiguarlo.

-Si cariño, solo estaba descansando un poco- respondió Nerón tratando de olvidarse de su pesadilla y alejando todo pensamiento sobre la asamblea o todo el trayecto que debía transcurrir parar perfeccionar su proyecto antes de darlo a conocer a su esposa o a los demás. Tanya no necesitaba verlo preocupado, no ahora, y los otros se las arreglaban bien solos.
La mujer se sentó delicadamente en el borde de la cama, el amor por Nerón se le podía ver en los ojos sin esfuerzo. Se amaban. Pero no siempre la vida fue fácil para ellos. Hubo años donde Nerón nunca se hubiera imaginado que ahora podrían tener una familia.

-Sé que estas preocupado- empezó a decir Tanya mientras apoyaba delicadamente su mano en la mejilla de su esposo-, pero no tienes porque. Nuestra niña es fuerte y pronto comprenderá todo. Ya casi es tiempo.
Habían esperado por ese día toda la vida, tal vez incluso temían que llegara, pero ambos sabían que Alana era especial y ella más que nadie debía saberlo todo. La asamblea es solo el primer paso para introducirla a un mundo donde no todo es lo que parece. Nerón recordó el programa en el que estaba trabajando la noche anterior con dolor de cabeza, llevo sus manos al rostro y bostezo. Había pocas posibilidades de que haya resultado pero aun así había esperanzas y tiempo para perfeccionarlo por completo, eso le proporcionó el alivio necesario para seguir. Todavía había tiempo.

-Las voy a cuidar, no importa lo que suceda, siempre van a estar a salvo. Te lo prometo- murmuró Nerón acercándose a ella para besarla con ternura. Por un momento la idea de revelarle su trabajo clandestino atravesó su mente como una estrella fugaz, de las que ya no podían verse nunca más, pero concluyó en que era demasiado prematuro para hablar de ella ahora. Había tiempo. En cambio la rodeo con sus fuertes brazos de operador y se inclinó para besarla. Le gustaba ver a Tanya vestida de civil, no podría soportar verla con el uniforme blanco otra vez.

-¿Sellas la promesa con un beso?- río Tanya mientras se incorporaba para acostarse con su marido. Era tan hermosa su sonrisa que hizo que Nerón olvidara cualquier cosa que lo perturbara. Eso amaba de ella, no importaba que pasara, por lo menos siempre tendría su sonrisa con él.


-Sello  la promesa con mi vida, Tanya- respondió Nerón besándola nuevamente. Esta vez la ternura se convirtió en pasión.

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