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Comenzó
el día despertándose media hora antes de que su alarma sonara, la costumbre de
todas las mañanas. Admiro detenidamente cada detalle del cielo raso celeste,
con algunas zonas delicadamente pintadas en blanco de su habitación, mientras
estiraba los entumecidos músculos de los brazos y piernas. Esa noche no soñó
nada en particular por suerte. Necesitaba una noche para dormir sin
interrupciones sobre sueños incomprensibles y extrañamente reales.
Giro
los ojos para observar la ventana que tenía a su izquierda y encontró lo que
siempre hallaba todas las mañanas. Gris. El cielo nunca fue el mismo desde la
Tercera Guerra Mundial, ella lo sabía, pero aun así, era su costumbre
despertarse esperando que algo cambiara. El sentimiento se acentuaba cuando se
despertaba de sus repetidos sueños sobre los Años Oscuros.
Volteó
nuevamente la cabeza y esta vez su mirada se depositó una vez más en el techo
celeste. El cielo antes de la Guerra. Su madre lo había pintado para ella, un
recordatorio de que el mundo había sido bello antes de la niebla, antes de las
bombas.
En
la escuela le enseñaron todo acerca de los Años Oscuros, ese periodo temporal que
tuvo que atravesar el mundo para llegar a su situación global actual. Nadie sospechaba
que una Tercera Guerra Mundial podría ocurrir, pero lo cierto es, que todos se
equivocaron. No hay registros de que país inicio con el bombardeo, solo se sabe
que las bombas destruyeron todo lo que alguna vez fue considerado importante
por las generaciones pasadas: autos, edificios, tecnología, bancos mundiales. El
mundo sucumbió a la niebla y la oscuridad.
Cada país perdió no solo la mayoría de su población sino que también se
perdieron las innumerables conexiones entre los continentes. A partir de ese
momento cada región sobreviviría por su cuenta. Estados Unidos, como muchos
otros países, quedó devastado, y se perdieron estados por completo, como así
también ocurrió con el continente de África, que todavía no se consigue
información sobre su situación.
El
Gobierno de San Francisco decidió, como único estado con mayores
sobrevivientes, levantar los Muros para su protección y de esta forma poder
volver a reorganizar el país. No hay
conocimiento alguno si en los demás continentes emplearon esta ideología, así
que se los considera casos perdidos. No hay forma de viajar a ningún lado ni
comunicarse como se solía hacer.
En
los libros actuales no se menciona más la palabra “continente” y si se hace se
la asocia a grandes masas de tierras despobladas. Alana consideraba eso
injusto. ¿Quién tiene poder suficiente para redefinir un concepto y anular
cualquier esperanza de encontrar vida cruzando el océano? “El Nuevo Gobierno de
los Estados Unidos” pensó.
Los
Nuevos Acuerdos también fueron parte de la solución para sobrellevar el país en
ruinas. Nadie sale de La Comunidad sin un rango importante en el Gobierno, y
nadie entra sin autorización de los operadores. Hay registros de encontrar vida
fuera de los Muros pero en los últimos años no hubo actividad. Las esperanzas
se estaban agotando.
Un
escalofrío le recorrió el cuerpo y decidió que era hora de levantarse.
Tomó
una ducha de tres minutos como ordena el Gobierno, para racionar el agua, y se
secó el cabello rubio lo mejor que pudo. Pudo notar, al mirarse al espejo, que
las ondulaciones doradas ya empezaban a formarse. Esta vez no tenía ojeras, lo
que significaba que no tuvo pesadillas la noche anterior, algo que se le estaba
haciendo costumbre.
Hubo
una vez que Alana soñó con las bombas y el fuego. El calor, prácticamente, era
notable en su rostro mientras intentaba escapar de la destrucción. Y luego la
oscuridad. Los gritos no encontraban
paso desde sus pulmones al exterior y solo lastimaban su garganta a intentar
hacerlo. Una luz blanca la cegaba y volvía todo de un color blanco
insoportablemente brillante para los ojos. Inmediatamente despertaba sudorosa y
temblando. En otras oportunidades todo sucedía al revés y lo que parecía la
escena de la destrucción total personificada en las llamas no parecía afectarle
en lo más mínimo a la muchacha. De hecho se sentía irreal, como si todo eso
fuera parte de un holograma. Alana no entendía cómo podía afectarle tanto un
sueño, ni tampoco que significaban. Uno sueña cosas incoherentes, todos saben
eso, pero cuando tu sueño se repite constantemente, empiezas a buscarle el
porqué.
Otras
noches eran incluso bastante agradables a comparación. En sus sueños sentía el
calor atrayente del sol sobre su piel pálida mientras corría en un bosque de
árboles imponentes. El cielo se encontraba siempre igual, despejado y liso como
un lienzo celeste. Siempre tenía la misma sensación. Ir en busca de alguien,
pero despertaba antes de comprobarlo.
Agotado
el tiempo que tenía para alistarse se dirigió hacia la cocina para desayunar
con su madre, Tanya. Esa noche, su padre, Nerón Reed, le había tocado trabajar,
así que probablemente estaría durmiendo y no lo vería hasta después del
Instituto.
Nerón
era un operador, al servicio del Gobierno, controla el orden de la Comunidad
junto con Constantino Simmons, el padre del mejor amigo de Alana, Isaac. Nerón
a diferencia de un ciudadano regular de la Comunidad, si tenía permitido
traspasar los Muros, generalmente para buscar sobrevivientes en el exterior. Un
trabajo bastante honorable según su hija y el resto de la Comunidad. Ella
estaba orgullosa de Nerón y esperaba algún día convertirse en operadora. Y ese
día llegaría pronto ya que su tiempo en el Instituto se estaba agotando cada
vez más rápido.
-Cariño,
buenos días- saludó su madre con una cálida sonrisa, como siempre.
Su
madre alguna vez fue operadora también, pero al quedar embarazada decidió dejar
su trabajo y colgó su uniforme blanco en el closet para no volver a usarlo.
Tanya era una mujer realmente atractiva. Era de esas personas que la edad les
sienta muy bien, aunque sus rulos castaño claro todavía no presentaban canas y su
rostro mostraba solo algunas arrugas visibles, consecuencia del paso del
tiempo.
-Buenos
días, mamá- respondió Alana mientras se sentaba en el desayunador de su casa.
Desde
la Guerra el dinero perdió sentido, al ser la mayor parte destruida con la
eliminación de los bancos mundiales era inútil mantenerlo en circulación. El
canje y raciones justas de comida y de agua eran las dos fuentes que determinan
la supervivencia de la población ahora. La tecnología se vio afectada
considerablemente, pero se vivía bien. Dentro de los Muros todos conviven de una
forma equitativa, nadie es más rico ni nadie es más pobre, por el simple hecho
que nada abunde. Es lo más cercano a la perfección social que se logró en toda
la historia.
Se
escucharon golpes provenientes de la entrada. Alana ya sabía quién era. Isaac Simmons.
-¡Pasa
Isaac, está abierto!- gritó con una tostada en la boca.
La
puerta se abrió y un joven alto de cabellos castaños y enrulados apareció en la
cocina. Alana le sonrió a su amigo mientras tragaba.
-Hola
señora R- dijo Isaac tomando una tostada del plato-, hola Al. Nerón está durmiendo
¿no? A mi papá le toca trabajar ahora ya salió por eso vengo a molestarlas.
-Sí,
está descansando arriba- contestó Tanya apoyando su mano afectuosamente sobre
la cabeza del chico. Ella era lo más cercano que Isaac tenía a una madre
postiza, ya que la esposa de Constantino murió hace unos años por enfermedad.
Levantó el plato, ahora vacío sin tostadas, y se dispuso a lavar-. Y nunca sos
molestia en esta casa Isaac. Pero me parece que ustedes dos se tendrían que
apurar si no quieren llegar tarde.
-Es
verdad- dijo Alana levantándose de la silla y limpiándose las migas de sus
manos-, nos vemos mamá. Te quiero.
-Ven
temprano a casa Alana- repuso con una mirada seria. Ahora la sonrisa ya no
estaba en su rostro. “El toque de queda” pensó Alana. Su madre siempre se pone
tensa cuando hablan sobre algo referido a las reglas de la Comunidad. Tanya no
quería decirlo en voz alta, pero su hija sabía, que no está de acuerdo con el
Gobierno, y que esa es una de las razones por la que dejo su trabajo. Tal vez
la principal. Aunque se empecinara en fingir concordia a la hora de hablar
sobre el Gobierno Alana podía notar el disgusto de su madre.
En
la calle, el frío se sentía aún más que en el interior de las viviendas. Y la
niebla no ayudaba.
Frío
seco.
Alana
se calentó las manos con su aliento mientras caminaba con Isaac a la par. Miró
el cielo de color gris tratando inútilmente de ver el sol. En ese momento deseó
estar en uno de sus sueños para poder sentir la sensación caliente del sol
sobre la piel.
Los
tóxicos esparcidos con las bombas crearon una nueva capa que rodeaba la
atmosfera de la tierra. Esto dio inicio a
la niebla constante. También
volvió imposible poder ver a simple vista las estrellas, la luna o incluso el
sol. Por eso Alana amaba desvelarse leyendo libros con múltiples imágenes del
mundo antes de que todo se oscureciera. “Es importante conocer el pasado.” Le
inculcó desde pequeña su madre.
-Hoy
iremos a Calix- sentenció Isaac,
trayendo a su amiga a tierra firme fuera de sus pensamientos.
-Decirte
que no, no va a servir de nada- respondió Alana con una sonrisa
improvisada. Conocía lo persuasivo que
era su amigo.
-No-
murmuró Isaac con otra sonrisa, una llena de promesas y problemas, mientras
subía al transfer que los llevaría al Instituto Nueva Era.
La
profesora Robinson parloteaba sobre los numerosos acuerdos que el Gobierno tuvo
que transitar hasta llegar al perfecto sistema político que, según ella, el
mundo había logrado. Era una mujer de unos cuarenta años, uno se podía dar
cuenta no por las arrugas de su cara sino por la actitud que tenía para con la
vida. Casi todos los días llegaba a dar clases de mal humor y era costumbre que
se la agarrara con Isaac y su tendencia a escribir los bancos. Pareciera como
si no le gustaran los adolescentes, algo que es razonable en un adulto, pero
Alana una vez la vio en el sector de primaria del Instituto regañando a un niño
de tan solo ocho años de edad porque la había golpeado con una pelota diminuta
de color naranja mientras ella estaba almorzando. La muchacha había visto la escena
desde el exterior y podía jurar ante cualquiera que dicha pelota apenas había
rozado la pierna de la profesora Robinson. Isaac tenía su teoría de que era una
vieja amargada que nunca encontró marido y por eso detestaba la vida y los
niños.
Las
palabras que salían de la profesora Robinson empezaron a disiparse y sonaban
muy lejanas en los oídos de Alana. Oía pero no escuchaba, era como si sus oídos
se habían desconectado de su cerebro y nada realmente importaba en ese momento.
Una imagen estalló en su mente, como un vaso de vidrio al caer esparciendo
cientos de trozos en diferentes direcciones, en este caso eran palabras que se
marcaban con fuego en cada rincón de su mente. Instintivamente, Alana, tomó su
lápiz y empezó a garabatear en su cuaderno, donde se suponía debía escribir la
clase del día. Primero fueron letras sueltas sin sentido, unas vocales primero,
luego consonantes, algunas tenían hasta tilde. Alana se encontraba encerrada en
sus pensamientos y no era capaz de percatarse sobre lo que estaba haciendo o
incluso detenerse.
-Repasemos
los contenidos de años anteriores antes de iniciar con los temas del último año
¿Alguien recuerda cuántos estados tenía el país antes de los Años Oscuros?-
preguntó la profesora Robinson con el libro “Historia 3: La Nueva Era y sus
comienzos”, tratando de incentivar a sus alumnos a interesarse en la clase. Al recibir solo negativas observó a Isaac con
ojos acusadores. El muchacho solo se recostó sobre su asiento evitando la
mirada de su profesora, era obvio que no sabía la respuesta-. Me sorprende que
estén a punto de ingresar en la vida adulta de la Comunidad. ¿Nadie puede
responder la pregunta?- esta vez sus ojos color verde se inclinaron sobre la
cabeza rubia de Alana. Siempre era ella quien respondía por todos.
Un
chico reprochó por qué ellos deberían saber lo que las anteriores generaciones
hicieron, lo que generó uno de los tantos discursos interminables de la
profesora Robinson sobre la importancia de recordar el pasado y no cometer las
atrocidades que ocurrieron en los Años Oscuros. Alana no tenía noción de lo que sucedía a su
alrededor, de hecho se sentía en un universo paralelo donde no existía una
profesora Robinson que odiaba a los niños y adolescentes, ni clases de historia
sobre un pasado atroz en el mundo, ni un Instituto Nueva Era que preparaba
futuros ciudadanos que tenían que ser capaces de mantener el delicado y frágil
equilibrio de la Comunidad.
Notaba
el frío de la habitación aumentando cada vez más, pero no sentía nada en
absoluto, no hasta terminar lo que había empezado. Las letras aleatorias estaban
escritas en un mismo renglón, algunas juntas y otras separadas por espacios en
blanco que pronto se verían llenados por nuevas letras. Trazo tras Trazo la
frase empezaba a tomar sentido.
-…
Y si ustedes, vándalos, no saben ni siquiera cuantos estados perdió este país
debido a la Tercera Guerra Mundial, serán una bomba en potencia amenazando
destruir todo lo que se ha intentado recuperar. Espero haberlo hecho recapacitar
sobre su comentario desafortunado señor Thomas. Ahora ¿Nadie puede recordar
cuántos estados poseía el país antes de la Guerra?- insistió nuevamente la
mujer de cabellos canosos, anteojos gastados y mirada verde frente al enorme
pizarrón blanco. Comenzó a caminar hasta el asiento de Alana con la idea de
interrumpir lo que estaba haciendo y reprenderla si no sabía la respuesta. El
mal humor usual de la profesora Robinson empezaba a aumentar con rapidez.
Alana
terminó de llenar los espacios vacíos en el papel y observo detenidamente la
frase que había logrado escribir, como si alguien más la hubiera escrito.
Francés pensó. Pero ella no conocía el idioma. No tenía significado alguno esas
palabras para ella. ¿Por qué lo había escrito? ¿Cómo lo escribió sin conocer la
lengua francesa? Alana sintió que el mundo estuviera tambaleándose y ella
estuviera en el centro sin donde aferrarse para no caer. Esa frase le
provocaría su caída.
Ma vie ma décision quant à mon avenir.
Alguien contestó la pregunta de la clase de historia lo
que provocó que Alana volviera a unirse a la clase y a lo que parecía el mundo
normal una vez más. “Treinta estados”. Error pensó Alana. La respuesta era
cincuenta, ella lo sabía, pero sentía que todavía no podía intervenir en la
escena. Isaac la miraba tres asientos a la derecha, confundido, pero la
muchacha tampoco parecía percatarse de él.
-Alana- dijo una voz.
Era la profesora Robinson.
-¿Qué?- respondió la muchacha demasiado alto pestañando
numerosas veces. El corazón aumentaba cada vez más su ritmo.
-Los estados señorita Reed. ¿Puede contestar a la
preguntar o no?
-Cincuenta-murmuró largando el aire que tenía guardado.
No recordó haber aguantado la respiración. Cerró rápidamente su cuaderno. Algo
le decía que no debía hablar de lo que acaba de escribir, como si las palabras
fueran peligrosas aunque no tenían significado alguno para ella.
-Muy bien- continuo, con una mirada desconfiada, la
profesora-, ahora todos abran sus libros Nueva Era en la página 103, El fracaso
de la ONU y los inicios de los Nuevos Acuerdos. Bien, ¿Todos saben de qué se
encargaba esta organización antes de disolverse en los Años Oscuros? No se
atrevan a no contestar o juro que los haré quedarse más tiempo- amenazó
realmente la profesora Robinson. Manos empezaron a alzarse y los estudiantes
arrojaban información a toda velocidad para evitar quedarse un minuto más con
aquella amargada mujer.
Otra vez Alana sintió que se encontraba en otro lugar y
alguien más ocupaba su asiento y presenciaba la clase. Tenía miedo de abrir su
cuaderno una vez más y que todo comenzara de nuevo con otras palabras. Posó sus
ojos una vez más en la ventana y noto cada imperfección del vidrio, desde la
suciedad acumulada en sus bordes hasta algunas rajaduras diminutas que
delataban su antigüedad.
Luego de la Tercera Guerra Mundial, San Francisco al
ser el último estado del país en quedar en pie, se lo dividió en cuatro Zonas
debido a los distintos puntos cardinales. Para mayor seguridad se cercó con los
Muros el perímetro del territorio restaurado de San Francisco.
Pocos edificios habían sobrevivido a las bombas. Ya no
había rastro de bibliotecas, cines, museos ni otras infraestructuras que antes
eran muy populares entre las personas. Con lo poco que se consiguió recuperar,
el Gobierno decidió restaurar los edificios de mayor importancia para la
Comunidad, así es como el Instituto Nueva Era fue el primero en la lista, de
esa forma los jóvenes empezarían a conocer y aprender los errores que tuvieron
las generaciones anteriores y de esta forma evitar una nueva Guerra en el
futuro. “El futuro está en sus manos” era el lema principal de todos los
Institutos de cada Zona. El primer Instituto se restauró en Zona Sur, el hogar
de Alana donde su familia intervino en eso también, pero luego otros edificios gemelos
se vieron construidos en las otras Zonas de la Comunidad, aunque el mayor
seguía siendo el del Sur.
Promesas fueron hechas de que pronto restaurarían el
primer cine luego de tantos años, específicamente para el entretenimiento de la
Comunidad y con esto se especuló sobre la posibilidad de eliminar el toque de
queda para los jóvenes, pero hasta entonces la prioridad del Gobierno era
finalizar las restauraciones esenciales de las Zonas más. La mayor se
encontraba en la Zona oeste, famosa por su gran avenida completa de teatros
devastados antiguamente utilizados por las generaciones anteriores para su
recreación, pero como la tecnología era escasa desde los Años Oscuros la
restauración de esa Zona se vio postergada, y en cambio solo se recuperaron
algunas viviendas y, por supuesto, un Instituto Nueva Era para las personas que
vivieran allí. De pequeña Alana e Isaac inventaban historias sobre la Zona
Oeste y los teatros destruidos, imaginando las obras se habrían realizado en
ellos, a las personas con elegantes vestimentas concurriendo a los eventos, los
actores sobre el escenario interpretando a los diferentes personajes y las
miles de butacas destinadas para los espectadores en búsqueda de diversión.
Claro estaba que en cualquier Zona estaba prohibido
alejarse de la Comunidad y de los Muros si no eras un operador especializado. El
Gobierno quería proteger el último rastro conocido (hasta el momento) de
humanidad del país y tomaba ese trabajo muy enserio. Aunque casi nunca había
incidentes en la Comunidad, Alana siempre se preguntó qué pasaría si alguien
decidiera salir, ver las ruinas, conocer, pero al parecer nadie lo había
intentado. Dentro no era un paraíso pero se vivía bien.
Pudo percibir la mirada de Isaac y otras provenientes
de sus compañeros también sobre ella, pero solo le interesaba la de su amigo. Se
encontraba a dos asientos de distancia de ella, en un pupitre pintarrajeado por
él mismo, algo que la profesora Robinson se encargaba de remarcárselo todos los
días. El chico estaba enarcando una ceja, un gesto propio suyo, y mostraba
confusión en su rostro. Alana sabía que su comportamiento no era del todo
normal pero tenía la leve esperanza de que no se haya notado tanto, era
evidente que se equivocaba. Alejó los pensamientos sobre aquella frase en
francés que reposaba en su cuaderno y le dedicó una sonrisa forzada, a Isaac, tratando
de transmitirle tranquilidad. Luego le explicaría lo ocurrido, aunque primero
debería explicárselo a ella misma.
Una sensación de estar siendo observada le recorrió el
cuerpo haciéndola estremecer como si la temperatura del salón hubiera bajado
varios grados repentinamente. El frío se instaló en su nuca alertando todas sus
terminaciones nerviosas obligándola a llevarse la mano al cuello, descubriendo
que la zona estaba helada sin razón alguna. Tomó su bufanda de lana roja tejida
a mano, regalo de su madre, y la envolvió alrededor del cuello tratando de
actuar normalmente sin llamar aún más la atención. Por suerte el constante frío
que padece el mundo ahora la excusaba perfectamente, casi todos en el lugar llevaban
abrigos que los envolvían como capas de una cebolla ya que algunos días eran
más helados que otros. Realmente perder el calor del sol apestaba. Pero esa
sensación gélida no era normal y Alana lo sabía, se sentía como si alguien
posara sus frías manos sobre su nuca haciendo presión contra ella. ¿Otra
alucinación? Sin embargo, esto se sentía completamente diferente al momento que
escribió las palabras francesas.
La presión congelada de esas manos invisibles sobre su
cuello la dejaban sin aire. La muchacha empezó a desesperarse y su corazón dio
un vuelco al darse cuenta que cuando intentaba respirar, el aire, no podía
encontrar paso desde el exterior hasta sus pulmones. Sus ojos se llenaron de
lágrimas y al ver a su alrededor se percató que todos estaban escribiendo algo que
la profesora Robinson había comenzado a dictar totalmente compenetrada, perecía
molesta como de costumbre. Buscó ayuda en Isaac pero el muchacho estaba metido
en su cuaderno garabateándolo rápidamente como si no llegará a plasmar en la
hoja todo lo que escuchaba por falta de tiempo.
La presión crecía cada vez más en la garganta de Alana,
helando solo esa parte de su cuerpo, que irónicamente, estaba cubierta por la
bufanda todavía. Intentó quitársela pero sus manos fallaron. Estaba siendo
estrangulada por una presión invisible y no podía moverse para pedir ayuda.
Sin saber porque recordó la frase en francés escrita en
su cuaderno. Pensó en cada palabra que, aunque no lo creyera, había salido de
su propia cabeza. Ma vie ma décision
quant à mon avenir. La presión comenzaba a debilitarse a medida que
recitaba la oración francesa una y otra vez, ni siquiera sabía que podía
pronunciarlas con perfecto acento pero lo estaba haciendo. Sintió como la
garganta se relajaba pero aún necesitaba aire o sus pulmones explotarían en
cualquier momento. Otra vez rezó la misma frase. Ma vie ma décision quant à
mon avenir. Su corazón se aceleraba cada vez más a medida que las palabras
eran mencionadas dentro de su cabeza. Ma
vie ma décision quant à mon avenir.
Aferró sus manos en las esquinas de su pupitre con tanta fuerza que sentía que
podía romperlo en dos pedazos. Ma vie ma
décision quant à mon avenir. Su
visión estaba distorsionada por la acumulación de lágrimas no derramadas en sus
ojos. Ma vie ma décision quant à mon avenir. Abrió la boca para
hacer su último intento por respirar, si fallaba todo acabaría.
Ma vie ma
décision quant à mon avenir…
Entonces la oscuridad se apoderó de ella.
Nerón se despertó en la mitad de una pesadilla. Otra
vez su hija lucía el traje blanco de los operadores, arma en mano y frialdad en
la mirada. El sudor frío le recorría la espalda mientras se incorporaba en su
cama, tenía el cuello con transpiración. Pasó la mano por su nuca con amargura,
sentía el peso de la línea justo donde fue instalada. Pensó una vez más en su
niña, el día se acercaba, el día que ella empezara a formar parte activa de la
Comunidad, parte de esta mentira. “Una operadora” pensó con nauseas.
La puerta del cuarto se abrió con tanta delicadeza que
solo podría tratarse de una persona. Era su esposa.
-Mi amor- dijo a medida que se asomaba despacio y con
una sonrisa en sus labios-, ¿No vas a comer nada antes de ir al Instituto?
“La asamblea” recordó con amargura. El día parecía no
tener fin e irónicamente para él, recién estaba comenzando. La noche anterior
dejo los ojos en las pantallas digitales de alta tecnología, del nivel tres del
edificio de Seguridad Vital, trabajando en lo que creía que jamás funcionaría.
Pero hasta no tener un tiempo con su hija no podría averiguarlo.
-Si cariño, solo estaba descansando un poco- respondió
Nerón tratando de olvidarse de su pesadilla y alejando todo pensamiento sobre
la asamblea o todo el trayecto que debía transcurrir parar perfeccionar su
proyecto antes de darlo a conocer a su esposa o a los demás. Tanya no
necesitaba verlo preocupado, no ahora, y los otros se las arreglaban bien
solos.
La mujer se sentó delicadamente en el borde de la cama,
el amor por Nerón se le podía ver en los ojos sin esfuerzo. Se amaban. Pero no
siempre la vida fue fácil para ellos. Hubo años donde Nerón nunca se hubiera
imaginado que ahora podrían tener una familia.
-Sé que estas preocupado- empezó a decir Tanya mientras
apoyaba delicadamente su mano en la mejilla de su esposo-, pero no tienes
porque. Nuestra niña es fuerte y pronto comprenderá todo. Ya casi es tiempo.
Habían esperado por ese día toda la vida, tal vez
incluso temían que llegara, pero ambos sabían que Alana era especial y ella más
que nadie debía saberlo todo. La asamblea es solo el primer paso para
introducirla a un mundo donde no todo es lo que parece. Nerón recordó el
programa en el que estaba trabajando la noche anterior con dolor de cabeza,
llevo sus manos al rostro y bostezo. Había pocas posibilidades de que haya
resultado pero aun así había esperanzas y tiempo para perfeccionarlo por
completo, eso le proporcionó el alivio necesario para seguir. Todavía había
tiempo.
-Las voy a cuidar, no importa lo que suceda, siempre
van a estar a salvo. Te lo prometo- murmuró Nerón acercándose a ella para
besarla con ternura. Por un momento la idea de revelarle su trabajo clandestino
atravesó su mente como una estrella fugaz, de las que ya no podían verse nunca
más, pero concluyó en que era demasiado prematuro para hablar de ella ahora.
Había tiempo. En cambio la rodeo con sus fuertes brazos de operador y se
inclinó para besarla. Le gustaba ver a Tanya vestida de civil, no podría
soportar verla con el uniforme blanco otra vez.
-¿Sellas la promesa con un beso?- río Tanya mientras se
incorporaba para acostarse con su marido. Era tan hermosa su sonrisa que hizo
que Nerón olvidara cualquier cosa que lo perturbara. Eso amaba de ella, no
importaba que pasara, por lo menos siempre tendría su sonrisa con él.
-Sello la
promesa con mi vida, Tanya- respondió Nerón besándola nuevamente. Esta vez la
ternura se convirtió en pasión.
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