lunes, 9 de septiembre de 2013

La Cacería: La familia Kingston.

Me desperté con la tierna voz de Baltasar sobre mí, rogando para que me despierte y juegue con él. Sabía que era casi el mediodía pero mi cuerpo se reusaba a empezar el día.

-¡Jared no es hora de dormir!- protestó el más pequeño de mis hermanos mientras saltaba en mi cama una y otra vez para lograr que me levante. Baltasar era, por mucho, el más delicado de nosotros tres, sus pestañas rubias lograban enmarcar perfectamente unos grandes ojos azules que siempre me recordaron a la intensidad del mar. Su sonrisa formaba una ventanita abierta por la ausencia de sus dos dientes frontales. Baltasar odiaba que remarcaran ese hecho, puesto que le recordaba que era el menor de la familia.

-Ya voy, ya voy. ¿Cuál es el apuro Baltasar? Tenemos todo el día por delante-respondí aún soñoliento  y mi voz sonó graciosa al intentar hablar mientras bostezaba.
El cuerpo me dolía cuando intenté incorporarme y tomar en brazos a Baltasar para que dejara de mover la cama con sus saltos. Mis músculos sufrían el recuerdo del entrenamiento de la noche anterior.

-Mentira. Papá dijo que tenías clases de “Estrategamas”. No vas a jugar conmigo- dijo Baltasar escapando de mis brazos. Fingía estar molesto pero sabía muy bien que el enojo en él duraba lo que un cazador tardaba en atrapar a su primera carnada.

-Se dice Estrategia burro- lo provoqué entre risas mientras me lanzaba sobre él. Ahora sí pude alcanzarlo y lo derribé sin problemas sobre el colchón. Baltasar luchó, como una de sus imitaciones que hace sobre mí mientras yo entreno, e intentó deshacer la perfecta llave que le apliqué para mantenerlo quieto. Sin fuerza y con delicadeza pero aun así firme. Exactamente como Baltasar era.
Oí como chillaba por nuestra madre y no pude contener las carcajadas. A veces olvidó que es tan pequeño, que es una criaturita tan fina y frágil, y luego recuerdo lo que le depara el futuro. Entrenamientos duros y extensos, cursos de logística y estrategia, clases sobre armamento y finalmente La Cacería. Parecía casi imposible imaginar a Baltasar con músculos desarrollados y un hacha en mano. Sin mencionar la sangre en sus ropas o armas, pero claro no su sangre.

La sangre de otra persona.

-Ustedes dos se perderán el almuerzo si siguen desperdiciando el tiempo en la cama- una voz femenina y familiar interrumpió la escena. Era nuestra madre Aurora Kingston que se asomaba por el umbral de la puerta de mi habitación, vistiendo un hermoso vestido que hacía lo imposible, resaltar aún más el color de sus ojos.
De los tres, todos heredamos los ojos azules de nuestra madre, pero yo fui el único que lleva los cabellos del mismo tono que ella. Cobrizo casi marrón. Baltasar era casi albino y  Kira tenía una larga melena dorada. Ellos compartían más facciones físicas con mi padre que yo.

-¡Mamá, Jared iba a asesinarme!- gritó Baltasar con un llanto fingido, deshaciendo mi llave en cuanto me distraje con la entrada de Aurora. El pequeño buchón corrió hasta nuestra madre y se aferró a ella fingiendo estar mal herido y muerto de miedo por lo que yo supuestamente estaba a punto de hacerle.

-Ya veo… Jared ¿Qué te he dicho sobre intentar asesinar a tus hermanos?
Los tres nos reímos a coro hasta que Baltasar se dio cuenta que mamá se estaba burlando de él y se molestó tanto que declaró que se iba a escapar de casa para que todos lo extrañáramos. Muy a lo Baltasar.
Ser el menor de los tres realmente le molestaba a mi pequeño hermano, pero lo que  Baltasar ignoraba que, en el fondo, envidiaba un poco su situación. Ser el mayor de los tres tampoco era un juego.

-Jared ¿Qué le hiciste a Baltasar? Me dijo que quiere que lo ayude a armar una valija y a fugarse.
Era Kira. Mi hermana de catorce años de edad. Ella era la siguiente de nosotros en iniciar los entrenamientos, que yo había comenzado desde que cumplí los quince años. El año que viene le tocaría a Kira y ciertamente podía imaginarla en el campo de batalla enfrentando a los otros cazadores para medir quien era el más fuerte. Tal vez Kira no era la más grande, ni la más musculosa, pero era de esas chicas con las que no tenías que meterte.

-¿No conoces aún al actor empedernido que es tu hermano menor? Le encantan estas escenas- dijo Aurora entre risas tomando en brazos a su única hija. Le dio  un beso, con mucho ruido, en la frente solo porque sabía que le molestaría. Kira la quito con un gesto desamorado, como todo adolescente de catorce de años que pretende que lo traten como adulto, cuando la realidad era que debería disfrutar antes de que eso ocurriera. Yo lo sabía bien.

-Ay mamá, es muy temprano para abrazos.

-¡Bueno, bueno! ¿Organizaron una reunión familiar en mi habitación y yo no me enteré? Largo- dije con un gesto divertido, fingiendo que estaba molesto. Lancé una de mis almohadas blancas de plumas en dirección a Kira para fastidiarla desde temprano-. Y lo digo por ti. Fuera. De. Mi. Habitación.

-Madura Jared- respondió Kira con mala cara mientras dejaba caer la almohada sin tocarla. Años atrás cuando ella era como Baltasar, de unos cinco años, me habría lanzado la almohada de regreso y eso terminaría en una lucha y la cama como el campo de batalla. Aunque me costaba admitirlo, la pasaba bien jugando con mi hermana, pero ahora ella creció y está más cerca de las citas que de las guerras de almohadas con su hermano mayor. Luego llegó Baltasar y no podría haber estado más agradecido.


-Los chicos maduramos más tarde. Está científicamente comprobado, así que podré molestarte hasta los cuarenta más o menos.
La puerta se abrió y en el umbral la figura de un hombre fornido y fuerte, como el tronco del árbol más antiguo de Venator, me saludaba con una cálida sonrisa. Algo que no combinaba en su aspecto de cazador adulto. Antiguas cicatrices producto de Las Cacerías pasadas se mostraban por su piel donde la ropa no llegaba a resguardarlo del ojo ajeno. Era mi padre.

Calixto Kingston.

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