Me desperté con la tierna voz de Baltasar sobre mí, rogando
para que me despierte y juegue con él. Sabía que era casi el mediodía pero mi
cuerpo se reusaba a empezar el día.
-¡Jared no es hora de dormir!- protestó el más pequeño de
mis hermanos mientras saltaba en mi cama una y otra vez para lograr que me
levante. Baltasar era, por mucho, el más delicado de nosotros tres, sus pestañas
rubias lograban enmarcar perfectamente unos grandes ojos azules que siempre me
recordaron a la intensidad del mar. Su sonrisa formaba una ventanita abierta
por la ausencia de sus dos dientes frontales. Baltasar odiaba que remarcaran
ese hecho, puesto que le recordaba que era el menor de la familia.
-Ya voy, ya voy. ¿Cuál es el apuro Baltasar? Tenemos todo el
día por delante-respondí aún soñoliento y
mi voz sonó graciosa al intentar hablar mientras bostezaba.
El cuerpo me dolía cuando intenté incorporarme y tomar en
brazos a Baltasar para que dejara de mover la cama con sus saltos. Mis músculos
sufrían el recuerdo del entrenamiento de la noche anterior.
-Mentira. Papá dijo que tenías clases de “Estrategamas”. No
vas a jugar conmigo- dijo Baltasar escapando de mis brazos. Fingía estar
molesto pero sabía muy bien que el enojo en él duraba lo que un cazador tardaba
en atrapar a su primera carnada.
-Se dice Estrategia burro- lo provoqué entre risas mientras
me lanzaba sobre él. Ahora sí pude alcanzarlo y lo derribé sin problemas sobre
el colchón. Baltasar luchó, como una de sus imitaciones que hace sobre mí
mientras yo entreno, e intentó deshacer la perfecta llave que le apliqué para
mantenerlo quieto. Sin fuerza y con delicadeza pero aun así firme. Exactamente
como Baltasar era.
Oí como chillaba por nuestra madre y no pude contener las
carcajadas. A veces olvidó que es tan pequeño, que es una criaturita tan fina y
frágil, y luego recuerdo lo que le depara el futuro. Entrenamientos duros y
extensos, cursos de logística y estrategia, clases sobre armamento y finalmente
La Cacería. Parecía casi imposible imaginar a Baltasar con músculos
desarrollados y un hacha en mano. Sin mencionar la sangre en sus ropas o armas,
pero claro no su sangre.
La sangre de otra persona.
-Ustedes dos se perderán el almuerzo si siguen
desperdiciando el tiempo en la cama- una voz femenina y familiar interrumpió la
escena. Era nuestra madre Aurora Kingston que se asomaba por el umbral de la
puerta de mi habitación, vistiendo un hermoso vestido que hacía lo imposible,
resaltar aún más el color de sus ojos.
De los tres, todos heredamos los ojos azules de nuestra
madre, pero yo fui el único que lleva los cabellos del mismo tono que ella.
Cobrizo casi marrón. Baltasar era casi albino y
Kira tenía una larga melena dorada. Ellos compartían más facciones
físicas con mi padre que yo.
-¡Mamá, Jared iba a asesinarme!- gritó Baltasar con un
llanto fingido, deshaciendo mi llave en cuanto me distraje con la entrada de
Aurora. El pequeño buchón corrió hasta nuestra madre y se aferró a ella
fingiendo estar mal herido y muerto de miedo por lo que yo supuestamente estaba
a punto de hacerle.
-Ya veo… Jared ¿Qué te he dicho sobre intentar asesinar a
tus hermanos?
Los tres nos reímos a coro hasta que Baltasar se dio cuenta
que mamá se estaba burlando de él y se molestó tanto que declaró que se iba a
escapar de casa para que todos lo extrañáramos. Muy a lo Baltasar.
Ser el menor de los tres realmente le molestaba a mi pequeño
hermano, pero lo que Baltasar ignoraba
que, en el fondo, envidiaba un poco su situación. Ser el mayor de los tres
tampoco era un juego.
-Jared ¿Qué le hiciste a Baltasar? Me dijo que quiere que lo
ayude a armar una valija y a fugarse.
Era Kira. Mi hermana de catorce años de edad. Ella era la
siguiente de nosotros en iniciar los entrenamientos, que yo había comenzado
desde que cumplí los quince años. El año que viene le tocaría a Kira y
ciertamente podía imaginarla en el campo de batalla enfrentando a los otros
cazadores para medir quien era el más fuerte. Tal vez Kira no era la más grande,
ni la más musculosa, pero era de esas chicas con las que no tenías que meterte.
-¿No conoces aún al actor empedernido que es tu hermano
menor? Le encantan estas escenas- dijo Aurora entre risas tomando en brazos a
su única hija. Le dio un beso, con mucho
ruido, en la frente solo porque sabía que le molestaría. Kira la quito con un
gesto desamorado, como todo adolescente de catorce de años que pretende que lo
traten como adulto, cuando la realidad era que debería disfrutar antes de que
eso ocurriera. Yo lo sabía bien.
-Ay mamá, es muy temprano para abrazos.
-¡Bueno, bueno! ¿Organizaron una reunión familiar en mi
habitación y yo no me enteré? Largo- dije con un gesto divertido, fingiendo que
estaba molesto. Lancé una de mis almohadas blancas de plumas en dirección a
Kira para fastidiarla desde temprano-. Y lo digo por ti. Fuera. De. Mi. Habitación.
-Madura Jared- respondió Kira con mala cara mientras dejaba
caer la almohada sin tocarla. Años atrás cuando ella era como Baltasar, de unos
cinco años, me habría lanzado la almohada de regreso y eso terminaría en una
lucha y la cama como el campo de batalla. Aunque me costaba admitirlo, la
pasaba bien jugando con mi hermana, pero ahora ella creció y está más cerca de
las citas que de las guerras de almohadas con su hermano mayor. Luego llegó
Baltasar y no podría haber estado más agradecido.
-Los chicos maduramos más tarde. Está científicamente
comprobado, así que podré molestarte hasta los cuarenta más o menos.
La puerta se abrió y en el umbral la figura de un hombre fornido y fuerte, como el tronco del árbol más antiguo de Venator, me saludaba con una cálida sonrisa. Algo que no combinaba en su aspecto de cazador adulto. Antiguas cicatrices producto de Las Cacerías pasadas se mostraban por su piel donde la ropa no llegaba a resguardarlo del ojo ajeno. Era mi padre.
Calixto Kingston.
La puerta se abrió y en el umbral la figura de un hombre fornido y fuerte, como el tronco del árbol más antiguo de Venator, me saludaba con una cálida sonrisa. Algo que no combinaba en su aspecto de cazador adulto. Antiguas cicatrices producto de Las Cacerías pasadas se mostraban por su piel donde la ropa no llegaba a resguardarlo del ojo ajeno. Era mi padre.
Calixto Kingston.
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