lunes, 25 de noviembre de 2013

Camila 2

   Algunas personas dicen que cuando uno es pequeño y pierde un ser querido, el dolor, es menor y más llevadero, porque claro, uno es tan diminuto que no asemeja los grandes acontecimientos como lo haría un adulto. Bueno, por experiencia propia, puedo decirle a estos charlatanes que se equivocan por completo. Recuerdo con claridad cada detalle, aunque minúsculo sea, de la tarde en que me informaron que mi hermana mayor había muerto.
   El calor se hacía sentir en Buenos Aires. Recuerdo que, como eran vacaciones de verano, tenía interminables horas para jugar, pero siempre el mismo problema: ningún amigo. Yo estaba sentada en el sillón de una forma bastante infantil, de cabeza y con los pies apuntando al techo, mientras miraba Plaza Sésamo. Me gustaba ver las cosas de una perspectiva diferente. Al revés era una de mis favoritas. En la pantalla se veía al monstruo de las galletitas haciendo alguna de sus travesuras que tanto me gustaba imitar. El personaje estaba tratando de alcanzar un gran tazón lleno de galletas de chocolates que se encontraba en la parte superior de una gran heladera y obviamente tenía que recurrir a una serie de intentos ridículos y peligrosos para alcanzarlas. El resultado era totalmente predecible, el monstruo perdió el equilibrio mientras intentabas subir por una escalera ridículamente alta y al caer se aferró a la heladera con sus pequeñas manitos azules de monstruo, derribándola sobre él mismo. Me reí hasta que tuve que sentarme adecuadamente en el sillón para poder respirar mejor, creo que también ayudó que estuviera de cabeza varios minutos y mi miedo a que toda mi sangre se me fuera al cerebro.
   El timbre del teléfono hizo eco en la inmensidad de mi hogar, que a veces creía era demasiado grande para sólo cuatro personas, y más en aquel momento que mi hermana, Camila, había empezado la universidad. Para colmo Camila conoció a su novio Matías ese mismo año. Recuerdo lo enojada que estaba cuando los vi juntos por primera vez. Pero no voy a hablar de él, eso vendrá después. Volviendo a esa llamada telefónica que irrumpió tan descortésmente en mí casa, puedo decirles que nunca me hubiera imaginado lo que realmente significaba.

   -¡Teresa! Estoy mirando Plaza Sésamo-grité como una niña caprichosa, como lo que era, como lo que me dejaba ser Teresa, que tanto me mimaba.

  -Lo se señorita no se preocupe- respondió desde la cocina con total gentileza y alegría, como Teresa siempre era. ¿Quién iba a decir que a partir de ese momento no la volvería a escuchar de esa forma?

   Un par de minutos pasaron, algunas escenas del monstruo de las galletas y sus amigos, hasta que finalmente recordé que era  la hora de comer, gracias a las quejas de mi estómago. Mi instinto fue buscar a Teresa, porque siempre la buscaba para todo. No tenía a nadie más durante el día. Le grité para no tener que moverme del sillón pero no hubo respuesta, sólo entonces recordé la llamada telefónica. Decidí que era mejor averiguar por mi cuenta qué era lo que retenía tanto a Teresa.

   -Tengo hambre Tere…


   No pude terminar la frase. Nunca la había visto de esa manera. Estaba pálida, como si hubiera visto un fantasma, temblaba frenéticamente, y se aferraba al teléfono como si su vida dependiera de ello. No comprendía lo que estaba sucediendo, en un momento estaba viendo mi programa favorito esperando por la exquisita comida de Teresa que siempre me preparaba al mediodía, y en el otro estaba tratando de levantar a Teresa del suelo. Mi infantil mente pronto pudo deducir que la llamada de teléfono había sido la culpable de cualquier mal que le estuviera pasando a Teresa, aunque pronto descubriría que también me afectaría.

Principalmente a mí. 

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