lunes, 26 de agosto de 2013

Prólogo.



El fuego calentaba pero no quemaba. Los vidrios cortaban pero la piel no sangraba. El viento desbocado soplaba pero no movía ni un cabello de su melena rubia. Ella estaba sobre los escombros de una ciudad envuelta en llamas pero no sentía miedo. No sentía nada en absoluto. Caminó en línea recta sin rumbo. Pero no fue sino hasta que transcurrió varios metros cuando se dio cuenta que estaba descalza y con el mismo camisón blanco que tenía cuando se acostó a dormir. Una niña pasó corriendo por su lado y a diferencia de todo lo surrealista de la situación si pudo sentir a la pequeña chica de cabello negro como las alas de un cuervo. Al parecer las bombas no habían acabado con todos.
-¡Espera!- gritó Alana y se echó a correr tras ella. Mientras la niña corría su larga melena negra danzaba de una forma hipnótica. Alana no la conocía, no sabía absolutamente nada de ella pero aun así sentía que era lo único vivo, lo único real.
La niña se detuvo de repente lo que provocó un efecto en cadena haciendo que Alana se paralizará inmediatamente. Aguardó por alguna reacción de la pequeña criaturita frente a ella. Alana pudo notar que la niña tenía grandes ojos color miel que reflejaba, como si fuera un espejo perfecto, las llamas de su alrededor. Tampoco parecía que la nena sintiera el calor de las casas incendiadas alrededor de ellas.
-¿Cómo te llamas linda?- preguntó Alana con tanto dulzura en su voz como fuera posible. No quería asustarla, algo le decía que tenía que mantenerla con ella, cuidarla. La niña jugueteó con un mechón de su cabello, lo enredó en su diminuto dedo, lo soltó e introdujo el mismo dedo en la boca como si fuera un chupete para mordisquear. Estaba vestida con harapos sucios con lo que parecía un diminuto y sucio vestido rojo. Su único abrigo era un andrajoso saco de lana agujereada verde. Sus pies estaban al descubierto al igual que Alana. No tendría más de cuatro años de edad. Alana no pudo dejar de preguntarse dónde estaban sus padres.
-Ahora viene la nieve. Tenemos que entrar- respondió la niña con una voz aguda pero aun así totalmente cargada de seriedad. No parecía asustada.
-¿Qué nieve?- quiso saber Alana realmente confundida. El lugar estaba en llamas prácticamente y aunque no sentía que fuera real no perecía que estuviera a punto de nevar. Elevó la vista al cielo que se encontraba viciado por el humo, provenientes del incendio y pudo notar un destello blanco cayendo en dirección a ella. Lo que parecía un inofensivo copo de nieve perfectamente blanco chocó contra su frente provocándole un ardor en donde la había tocado. El fuego no la quemó en su momento, ni siquiera podía calentarla, pero esta especie de nieve era insoportablemente dolorosa al tacto. Llevo sus manos donde se encontraba el ardor y froto con energía la zona lastimada pero el copo de nieve no parecía despegarse de su piel.
-Tenemos que entrar, antes que todo se cubra de nieve. Antes de que todo sea blanco- las palabras salieron de la boca de la niña tan rápido que Alana no tuvo tiempo de moverse. Ahora miles destellos blancos caían del cielo. Los copos de nieve no solo la quemaban sino que también se adherían a su piel y por mucho que Alana intentará desprenderlos no se quitaban. Pronto tuvo los dos brazos completamente blancos y calientes. Pensó en Blancanieves, esa historia que su madre le había contado cuando era una niña. “Piel blanca como la nieve. Labios rojos como la sangre.”
-¡Espera!- obligó a su garganta a reaccionar al ver que la niña entraba en una casa totalmente en llamas. Alana conocía ese sitio pero la conmoción no la dejaba pensar. Intentó mover sus piernas pero estaban cubiertas de copos de nieve, si se podrían seguir llamando así, eso no era nieve común, era una trampa mortal.
-Aléjate del blanco- dijo la niña o al menos eso creyó Alana al intentar leerle los labios. Ya no había nada que hacer, estaba atrapada y su visión estaba distorsionada por los copos de nieve que ahora comprimían su rostro. Cerró los ojos con fuerza y cuando los volvió a abrir todo a su alrededor había desaparecido y en vez de las llamas y edificios devastados había solo nieve por doquier.
Blanco.
Escuchó la vos de la niña una vez más en su cabeza.

“Aléjate del blanco.”

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