Antes que nada quiero aclararles que esta historia no es sobre mí, aunque yo sea la encargada de narrarla y sea, incluso, un personaje dentro de ella. No. Esta historia es sobre mi mejor amiga y nada más de ella. Aunque para empezar debo explicarles el punto de inflexión que hizo que la vida de Sofía cambiará para siempre, y eso solamente lo puedo narrar en primera persona.
Prólogo.
Me desperté media hora antes que el despertador. Como solía hacer giré mi cabeza, sin levantarla totalmente de la almohada, y observé a la persona que tenía a mi lado. Noah dormitaba profundamente con una mano bajo la almohada y la otra por encima. Conocía todo sobre aquel hombre. Desde los 15 años estamos juntos, y si, tuvimos nuestros momentos buenos y malos, pero aun así allí estábamos, diez años después compartiendo la misma cama.
Tomé mis anteojos que se encontraban sobre la mesa de noche, apagué el despertador antes que sonara, para poder dejar a Noah dormir un poco más, y le ordené a mi cuerpo que se levantará. Como una horda de esclavos, mis músculos, obedecieron y me dirigieron hasta la puerta del baño. Me miré al espejo y pude ver, personificado en mi rostro, el paso del tiempo. Era extraño. Poco y a la vez mucho, quedaba de la chica de 18 años que tenía un abanico de posibilidades para el futuro y no sabía qué hacer con sus habilidades. A veces me pasaba horas a lo largo del día, recordando cómo había llegado a donde estaba. Y en mis recuerdos estaban siempre ellas. Mis mejores amigas. Mis almas gemelas. Es un buen momento para revelarles como era nuestra relación. Tal vez la mejor palabra para describirla era “conflictiva”, pero les juro que no habría sobrevivido ni un día de la secundaría sin ellas. Y ahora, frente al espejo, frente a mi otro yo de 25 años, me preguntaba…
¿Cómo estoy sobreviviendo sin una de ellas?
-¿Por qué no me despertaste?- dijo Noah mientras me tomaba de la cintura e intentaba besar mi cuello en la mitad de un bostezo.
-Te veías tan lindo dormido que no pude despertarte- respondí irónicamente mirando mi reflejo en un intento por peinarme. Desde los 17 años llevo el cabello corto, no corto como un niño afeminado, más bien a la altura de la clavícula. Una gran decisión de la que nunca me voy a arrepentir.
-Mentira- carcajeó con las manos posadas sobre mí. Me hizo girar 180° para estar frente a él y me presionó contra su cuerpo con una lujuria divertida en sus ojos-. Querías escapar de esta máquina sexual.
Se mordió el labio ridículamente para hacerme sonreír. Lo logró pero por poco tiempo. Mi cabeza no estaba en el baño, ni en la casa, ni siquiera en ese año.
Ahora yo mordía mi labio casi como en un trance.
-Basta. Odio cuando haces eso.
Me detuve y levanté la vista hacía él. Esa mañana sus ojos estaban de un color miel, que resaltaba perfectamente las manchitas verdes de su iris.
-Sea lo que sea en lo que estés pensando quiero que lo dejes - dijo y antes de que pudiera responderle con una negativa, porque sabía que lo iba a hacer, este hombre me conocía más que yo, me besó tiernamente en los labios.
Quería devolverle el beso, pero él se dio cuenta que no estaba mentalmente en la habitación. Me liberó de sus brazos con ojos preocupados y apoyó sus dedos en mi mejilla izquierda. Las caricias de Noah casi eran sanadoras para cualquier situación.
-¿Qué pasa?
-Hoy es 23 de noviembre- dije con una media sonrisa en mi rostro. Sabía de antemano que Noah no tenía idea de lo que hablaba.
-El cumpleaños de Sofía- le di más información, pero ante su cara de desconcierto tuve que ayudarlo una vez más-. Sofía González. Morocha, alegre, amante del rosa y los días positivos. Compartió el colegio con nosotros ¿recuerdas?
-Si la recuerdo. La que desapareció- dijo con una expresión despreocupada. Se dirigió a la ducha, deslizó la mampara de vidrio y abrió el grifo de agua caliente.
-Si ella. No lo entiendo, es como si se hubiera evaporado en el aire o algo así. ¿Sabes que no está en Facebook verdad? Y dudo que siga en el país.
-Si realmente un misterio.
Puso los ojos en blanco y me tomó por las muñecas para acercarme a él una vez más. No llevaba remera por lo que podía sentir su piel suave y pálida con la yema de mis dedos. Odiaba que no me prestara atención cuando me refería a temas triviales que solo a mí me preocupaban, pero así era Noah. Intenté mostrarme reacia a su invitación indirecta de entrar a la ducha pero su mirada era intensa.
-Vamos a olvidarnos de todo por 20 minutos ¿sí?
-15 minutos- lo corregí con aires de superioridad-. Tengo que estar en el consultorio temprano.
-Entonces no perdamos el tiempo- susurró a mi oído, enviando una descarga eléctrica a todas mis terminaciones nerviosas. Se deshizo de mi camisón en un solo movimiento y me beso en los labios mientras entrabamos en la ducha.
-Buenos días Ariel. Lamento la tardanza.
Miré a Ariel con una sonrisa en el rostro. Era un bello día soleado y la temperatura, elevada pero no sofocante, era perfecta para el vestido azul que estaba usando. Ariel estaba, como todas las mañanas, en su escritorio perfectamente ordenado. Su despacho era tan grande como el mío, que se encontraba al lado, literalmente. En sus manos ya estaban los expedientes del día de todos los pacientes que pasarían por nuestro consultorio.
-Buenos días Bárbara- me respondió mostrando los dientes. Noté sus paletas levemente separadas que hacía juego, perfectamente, con su rostro. Era psicóloga al igual que yo. Nos habíamos graduado juntas de la Universidad de Buenos Aires y ahora dirigíamos un centro juntas. Nos iba bien, no podíamos quejarnos. Repartíamos el alquiler y los pacientes, éramos un buen equipo.
-¿Café?- preguntó dispuesta a levantarse para prepararlo en la cocina de la parte trasera del departamento.
-Sí por favor. No desayuné- respondí mientras revisaba mi celular. Tenía un mensaje de Noah, algo sobre nuestra ducha matutina. No pude evitar sonrojarme un poco.
Me dirigí hacía mi despacho cuando Ariel habló.
-No te pongas cómoda. Llamó una mujer que quiere una sesión con vos. La verdad es que le dije que primero debías hablar con ella pero insistió tanto que pensé que iba a suicidarse.
-¿Una mujer? ¿Cuándo llamó?
-Hace 10 minutos. Lo sé es inaceptable una reunión tan atropellada como esta.
-Está bien, no te preocupes. ¿Dejo sus datos?- pregunté con la mente cansada. Mi primer paciente no vendría hasta las diez de la mañana y ahora tenía una mujer desesperada para atender.
-No- balbuceó como una adolescente en aprietos y rápidamente siguió hablando ante mi cara de sorpresa-. Se los pedí, no creas que no lo hice, pero solo quiso saber a qué hora venías al consultorio y luego corto.
Antes que pudiera decirle algo más el timbre resonó en todo el departamento. Las dos dirigimos la mirada hacía puerta. Estábamos pensando lo mismo.
¿Con quién nos encontraríamos? Y ¿En qué estado?
-Yo me encargo, en definitiva quiere verme a mí- dije mientras apoyaba la cartera en el escritorio de Ariel. Seguramente ella lo quitaría enseguida, es demasiado ordenada y meticulosa. Todo lo contrario a mí.
Tomé el pomo de la gran puerta de madera negra y la abrí sin saber con lo que me encontraría del otro lado.
Era una mujer. A pesar de las ojeras y los ojos hinchados de tanto llorar, pude notar que era atractiva y que tenía la misma edad que yo. Tenía un bronceado perfecto y ropa que desde lejos uno podía notar que era cara. No conocía a esa mujer pero algo en ella me resultaba tan familiar, como un olor que uno nunca olvida, o el nombre de una calle que se queda en tu memoria por siempre.
¿Quién es esta mujer?
-¿No me vas a decir feliz cumpleaños?- dijo con la sonrisa más pura que vi en mi vida. Y esa sonrisa solo le pertenecía a una persona.
Sofía.
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